Educación financiera

El gran potencial de rentabilidad de la inversión en infraestructuras

Las infraestructuras, definidas en el sentido más amplio, son la base de economías y sociedades prósperas. Si hace veinte años los inversores incluían en infraestructuras una lista corta de empresas, principalmente dedicadas a carreteras, aeropuertos, ferrocarriles y servicios públicos regulados, hoy esa lista se ha visto incrementada con el desarrollo de las infraestructuras digitales y de aquellas derivadas de los procesos de transición energética y social.

Por un lado, el crecimiento del consumo, la transmisión y el almacenamiento de datos han convertido a la infraestructura digital en el cuarto servicio público. Por otra parte, los retos inherentes a la transición energética (reducción de las emisiones de CO2 y consecución del Net Zero), unidos a la creciente necesidad de garantizar la seguridad de suministro energético han convertido estas infraestructuras en una de las oportunidades de inversión más interesantes. En cuanto a las llamadas infraestructuras sociales, incluidas la educación y la sanidad, también han crecido y requieren más inversión.

Así pues, las infraestructuras se erigen por sí solas como una clase de activo alternativo, junto con el capital riesgo, el sector inmobiliario y el crédito privado. Se encuentran, además en el nexo de nuestras tendencias seculares más importantes en torno a las necesidades digitales y energéticas y se benefician de interesantes innovaciones, nuevas tecnologías, financiación pública y apoyo político gubernamental. Por poner un ejemplo, solo para cumplir los objetivos internacionales acordados de descarbonización y agua limpia, se estima que se necesitarán seis billones de dólares anuales de inversión durante esta década. En consecuencia, las infraestructuras están maduras para recibir una mayor atención por parte de los inversores.

El crecimiento de esta clase de activos ha sido extraordinario. En 2006, los fondos de infraestructuras sumaban unos 50.000 millones de dólares, capital invertido por parte de inversores institucionales tales como fondos soberanos, fondos de pensiones, bancos y compañías de seguros. Todos ellos buscaban compensar pasivos a largo plazo con flujos de caja fiables, predecibles y vinculados a la inflación. Los primeros inversores se sintieron atraídos por su naturaleza de activo real y sus atractivos rendimientos ajustados al riesgo.

Más recientemente, y tras una trayectoria ya consolidada de los gestores de infraestructuras, las ventajas y retornos de esta clase de activo se han ido abriendo a un conjunto más amplio de inversores institucionales y privados. Entre sus ventajas, destacar su resistencia a la baja, junto con una rentabilidad ajustada al riesgo diferenciada en comparación con otras inversiones alternativas.

En la actualidad, los fondos de infraestructuras se acercan ya al billón de dólares de capital captado, y todo ello en un entorno de incertidumbre de los mercados financieros y elevada inflación. Las compañías de infraestructuras se benefician de altas barreras de entrada al sector, poder de fijación de precios, contratos a largo plazo, altos márgenes de ebitda y un apalancamiento prudente, elementos todos ellos que pueden ofrecer previsibilidad, resistencia, flujos de caja defensivos y atractivos rendimientos absolutos.

Los debates en torno a la transición energética y a la seguridad de suministro son especialmente relevantes en la actualidad para los inversores en infraestructuras. Estos debates son un punto crítico para los Gobiernos, tal y como demuestran los recientes lanzamientos de iniciativas como la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) de EE UU y medidas previstas en Europa y otras regiones. Las políticas y el apoyo, con directrices estables y bien definidas, son la clave del éxito.

Con independencia del carácter prioritario que tiene la construcción de las infraestructuras del mañana para alcanzar los objetivos de emisiones cero y asegurar el suministro energético, cabe no olvidar la importancia de la mejora y el mantenimiento de las infraestructuras ya existentes. Un buen ejemplo es el crecimiento de la generación de energía renovable. Serán necesarias importantes inversiones para ampliar las capacidades de la red de transporte. La construcción de baterías de almacenamiento a gran escala puede ayudar a gestionar la intermitencia de la volatilidad de la energía eólica y solar. Al construir baterías eficientes cerca de los consumidores, las empresas de servicios públicos pueden almacenar energía cuando hay exceso de oferta y liberarla cuando crece la demanda y disminuye la oferta.

Sin embargo, no siempre es necesario ampliar las infraestructuras existentes para facilitar la transición energética, ya que muchas capacidades totalmente nuevas pueden conectarse a las redes e instalaciones que ya existen sin necesidad de una gran (o ninguna) modernización tecnológica. Por ejemplo, cuando se produce biometano en granjas lecheras a partir de plantas anaeróbicas que procesan estiércol, el gas renovable producido es fungible con el gas fósil tradicional y puede fluir directamente a las redes existentes sin inversiones adicionales en transporte.

En resumen, con un sólido historial y una resistencia demostrada, los activos de infraestructuras están creciendo. La continua necesidad mundial de reunir grandes cantidades de dinero para facilitar la transición energética y la seguridad de suministro deberían ofrecer excelentes oportunidades de inversión durante los próximos años. Las infraestructuras se vislumbran especialmente atractivas para los inversores que buscan diversificación, protección frente a la inflación y resistencia a las caídas, con el potencial, además, de generar atractivos rendimientos absolutos.

Lucía Catalán es directora general de Goldman Sachs Asset Management para Iberia

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