Educación financiera

Un ciclo macro indescifrable y un aspecto técnico negativo

Una persona comprando en un supermercado de Chicago.
Una persona comprando en un supermercado de Chicago.JIM VONDRUSKA (REUTERS)

Partiendo de la base de que nadie sabe nada del futuro y que, en el mejor de lo casos, de vez en cuando alguien puede tener un fogonazo temporal de claridad, lo cierto es que este está siendo un ciclo extraordinariamente difícil no ya de predecir, sino de entender en tiempo real.

Hace solo un año, cuando índices como el S&P 500 habían declinado un -27% y el Nasdaq 100 un -37%, el consenso de los economistas y de los estrategas de inversión en Wall Street hablaba de recesión económica en Estados Unidos, provocada por la subida de tipos de interés más agresiva llevada a cabo por la Reserva Federal en varias décadas. Pero la recesión no llegó y aún la seguimos esperando.

Primero se dijo que el efecto de las subidas de tipos de interés tarda tiempo para afectar a la economía, lo cual es cierto, pero es llamativo que casi dos años después de la primera subida de tipos de interés la economía estadounidense siga creciendo a un fuerte ritmo.

Luego se dijo que el ahorro acumulado por parte de los hogares durante la pandemia estaba retrasando la inevitable recesión económica. Y múltiples indicadores líderes que en otros ciclos han señalado la entrada en recesión, como la curva de tipos invertida o el indicador adelantado de la Conference Board, llevan trimestres en negativo sin que llegue la susodicha recesión.

Tal vez la respuesta a por qué no ha llegado por el momento una contracción económica esté en el enorme déficit de EE UU, alrededor del 7%, en el que está incurriendo la economía estadounidense en estos momentos, niveles que en el pasado han sido niveles propios de recesión económica cuando las autoridades trataban de estimular la economía para hacer descender la tasa de paro y reactivar el crecimiento.

Ahora, ese gran déficit se está dando con pleno empleo. Por ello muchos se preguntan si realmente es posible entrar en recesión cuando el Gobierno está imprimiendo tantos y tantos billetes. Y puede que la respuesta sea no y que por eso tantos indicadores de recesión clásicos pudieran fallar en este ciclo. Así, en esta nueva fase de primacía fiscal sobre la política monetaria, las reglas del juego pudieran haber cambiado, haciendo que casi todo lo que aprendimos en los manuales durante las últimas décadas ya no sirva de mucho.

Tomemos como ejemplo el oro. El metal dorado debería estar en una tendencia bajista debido a los fuertes tipos de interés reales positivos del momento y, sin embargo, el precio del mismo se encuentra cerca de la resistencia de los últimos tres años y medio.

Incertidumbres geopolíticas aparte que, sin duda, están ayudando a la escalada de precios ¿es posible que el oro esté descontando la masiva impresión de billetes que se está llevando a cabo por parte del Tesoro? Y, en caso afirmativo, ¿puede ser que por eso el precio de los bonos siga hundiéndose ahondando el ya histórico mercado bajista de la renta fija soberana?

Puede que la respuesta sea sí. Y, posiblemente, si llega la recesión, no importará ya mucho, porque el mercado estaría atendiendo a otras reglas del juego muy diferentes a las reglas que hemos visto en los ciclos desinflacionarios y de tipos de interés a la baja experimentados desde la década de los ochenta.

La gente está hablando de recesión o de crecimiento para hablar de mercado bajista o alcista, pero puede que todo lo que importe sean las expectativas de inflación y de tipos de interés, expectativas que en buena medida estarían influidas no sólo por la política monetaria, sino especialmente por la política fiscal.

En fin, tampoco tengo certezas, pero sí las suficientes dudas para pensar que desde la pandemia hemos entrado en una nueva época donde el esquema macroeconómico que afecta a los mercados ha cambiado. Y de ahí la gran disparidad de opiniones entre economistas y estrategas y de ahí que la recesión más esperada de la historia aún no haya llegado.

Personalmente, en un entorno macroeconómico endemoniado como es este, estoy prestando más atención al aspecto técnico del mercado de valores. Mi postura es que, a falta de claridad macro, doy por hecho que el mercado sabe más que yo y, por tanto, que lo seguiré en las tendencias que presente, tanto para bien como para mal.

Por ejemplo, como expliqué en esta misma columna hace un mes, la amplitud de mercado o generalidad de valores cotizados más allá de las compañías de gran capitalización, están declinando con fuerza, algo que históricamente ha sido un mal signo para la renta variable.

O, ya hablando del resto de Bolsas mundiales, hemos visto como el índice mundial de valores, excluyendo a Estados Unidos, ha entrado en tendencia negativa en octubre. Por supuesto, las tendencias siempre pueden cambiar en cualquier momento, pero también es cierto es que lo normal es que una vez iniciada una tendencia positiva o negativa, ésta se prolongue en el tiempo al menos unos cuantos meses o trimestres.

Sea como fuere, lo que sí tengo claro es que el mercado de valores se encuentra en un punto extremo, en lo que denomino un gran punto bisagra. Un nivel que separa lo que considero un mercado alcista de uno bajista. Y, siendo sincero no tengo ni idea de qué escenario va a predominar. Y, ante la duda, seguiré la tendencia, porque creo que el mercado sabe mucho más que yo, por lo general siempre y muy especialmente en este caso.

Hugo Ferrer es gestor de carteras de GPM SV y director Club Bursátil Confidencial

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